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Albert Einstein amargó el día a Ibon Ruiz (Kern Pharma). El joven alavés aventajaba en 1:45 al pelotón a falta de diez kilómetros para llegar a Viana. Sumas, restas, multiplicaciones, divisiones hechas, un resultado: el chaval llega y se corona, a los 23 años y en la carrera de casa. Pero Einstein descubrió en 1905 que el tiempo es relativo. Por aquel entonces, el hallazgo carecía de importancia. Louis Trousselier ganó la París-Roubaix con siete minutos de ventaja. Giovanni Gerbi se anotó el Giro de Lombardía con 40 minutos sobre el segundo. Con esos márgenes, qué más da que el tiempo sea relativo o no. Pero en el ciclismo moderno importa. Que se lo digan si no al valiente ciclista gasteiztarra del Kern Pharma.
Ibon Ruiz comprobó que el tiempo y el espacio corren de forma muy distinta si uno va escapado en solitario o si va escondido en el pelotón. A diez kilómetros de meta tenía 1:45 de ventaja. Con un reloj de los de toda la vida, victoria segura.
A siete de meta, 1:08.
A tres, 26 segundos.
A dos, cogen a los otros tres vascos de la fuga del día: Ibai Azurmendi (Euskaltel), Ander Okamika (Burgos) y Julen Amezqueta (Caja Rural).
A uno, cinco segundos.
A 360 metros de la meta, Evenepoel (Quick-Step) pasa como un obús con Alaphilippe a rueda y se esfuma el sueño. La dura ley del pelotón se impone una vez más. Einstein tenía razón.
Gana el campeón del mundo con una facilidad insultante, rematando el lanzamiento de Evenepoel, lo mejor de la etapa. El belga condujo el pelotón con maestría por las afuera de Viana y dejó al maillot arcoíris en boca de gol. Alaphilippe ganó con superioridad abrumadora por delante de Fabien Doubey (Total Energies) y Quinten Hermans (Intermarché). Los jueces, siguiendo también a Einstein, decidieron estirar la longitud de un segundo y clasificar a todo el mundo en el mismo tiempo, sin picar distancia entre el mosquetero y el resto.
Un gentío despidió al pelotón en Leitza. El ciclismo sigue siendo más que un deporte en este país. Es una religión y los ciclistas lo sienten. Alaphilippe saludaba a todo el mundo y Evenepoel iba repartiendo sonrisas a los chavales. Lo de Roglic es otra historia. El hombre está feliz. Será porque le acompañan su mujer y su hijo, porque gana o porque sabe que corre en casa, pero el esloveno va por las zona de salida y meta como si fuera uno de los Beatles en la cúspide de su cima. Euskadi le lanzó al estrellato y está encantado en volver. Rigoberto Urán (EF) se desternillaba de risa en la salida con unos aficionados que bromeaban con él mientras calentaba en el rodillo. La Itzulia es mucho más que una carrera.
Despidieron al pelotón un gentío y Maider Azurmendi, que bailó un aurresku a su hermano, Ibai, antes del banderazo inicial. El ciclista del Euskaltel y Mikel Nieve recibieron el homenaje de sus vecinos leitzarras y el chaval se metió en la escapada del día nada más salir del pueblo, en Uitzi.
Con 205 kilómetros por delante, la escapada tenía el perfil de esas fugas obligatorias para los equipos invitados. Eran cuatro obreros del pedal, ahí estaban Euskaltel (Azurmendi), Caja Rural (Amezqueta), Kern Pharma (Ruiz) y Burgos (Okamika). Las cosas parecían claras. Pensar que la expedición podía llegar a Viana no entraba en ninguna quiniela.
Y así transcurría la etapa, con las clásicas ventajas de cuatro y cinco minutos, los paisajes y las conversaciones en todos los idiomas de Europa en el pelotón. Esperaban, en unas horas, los muros medievales de Viana y sus historias de reyes, para mayor gloria de uno de los importantes del pelotón. Eso era lo previsto.
Pero cuando faltaban veinte kilómetros a meta, ya completada la bajada de Aguilar, un rato después de atravesar Logroño, el director del Kern Pharma, Juanjo Oroz, se acercó a su chaval y le dijo 'Ibon, que igual llegáis'. A veinte kilómetros de meta, dos minutos de ventaja. Espacio. Tiempo.
La empresa descabellada, llegar escapados desde Leitza hasta Viana, que empieza a tomar cuerpo. Y la tensión llega a la fuga. Se empiezan a racanear relevos. Le toca a Ibon Ruiz, da el suyo, mira atrás y no viene nadie. Los otros tres dudan. Y el alavés, entonces, mira adelante y se va. Llega a la pancarta de 10 a meta, a 197 kilómetros de Leitza. La ventaja es de 1:45.
Y, de repente, el tiempo se derrumba.
A siete de meta, 1:08.
A tres, 26 segundos.
A uno, cinco segundos.
A 360 metros de la meta, fin.
Fin para Ruiz, lo que no significa que fuera el principio para el resto. La etapa de los favoritos había comenzado 1.640 metros atrás. Un lío que aclaró Remco Evenepoel de la única forma que se solucionan estas sutilezas, tirando por la calle del medio, sin contemplaciones. Puso la apisonadora a funcionar, arrasó los dos últimos kilómetros, dejó la victoria hecha a Alaphilippe y se puso a celebrarla antes que el francés. Dos mundos ayer en la Itzulia. Solo cruzaron sus caminos un instante a 360 metros de la meta. Un instante fugaz. Una lástima para Ibon Ruiz.
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